sábado, 12 de diciembre de 2015

Como suceden las cosas que no tienen mucho sentido


¿Cuándo se convirtieron esas pequeñas cosas; esos gestos, palabras, o miradas, en algo tan  especial para mi?.¿Cuándo ocurrió?. Lo cierto es que me gusta no poder ser capaz de precisar, ni cómo, ni cuándo sucedió, pues como me pasa con el resto de cosas que siento realmente importantes, tengo la  imposible sensación de que siempre hubieran estado ahí.

No importa cuál fue el momento. Simplemente sucedió, "como suceden las cosas que no tienen mucho sentido", como dice Sabina, y un día cualquiera, dejaron  de ser lo que eran, actos y comportamientos cotidianos, para convertirse en ingredientes imprenscidibles de aquello que me hace sonreír. De esas cositas que me hacen feliz.

Así que no, no sé cual fue el día  en que descubrí, que tus brazos, en realidad no son demasiado largos, sino que tienen la medida perfecta para poder abrazarme como a mi me gusta. Y que me encantan todos tus abrazos, TODOS ya lo sabes, pero si tuviera que elegir, me quedaría con ese espontáneo, por la espalda, pillándome en medio de alguna tarea y desprevenida, al que siempre le sigue un beso que dejas en mi cuello sin rumbo a ninguna parte.


Otro impreciso día de nuestra historia, también me di cuenta, que adoro la forma inconsciente en que ladeas ligeramente la cabeza cuando me preguntas "¿qué pasa cariño?". Gesto que sin pretenderlo me resulta muy tierno, y me pareces por un instante, más niño, más travieso, y no me queda más que sonreír y  contener unas ganas locas de besarte.Tampoco sé cuándo ocurrió, que tu forma de doblar la ropa, tan minuciosa y precisa, dejó de ser algo que me sacaba de quicio, para ser algo que me encanta verte hacer. Es tan tú.

A veces eres un poquito Sheldon... y lo sabes :P

No tengo la menor idea de en qué momento fui consciente de lo muchísimo que me gusta mirarte de refilón mientras estás viendo una serie, una película, o algún vídeo absurdo en el móvil, para descubrirte sonriendo sin apenas ser consciente de ello. Telespectadora silenciosa de esa chisipita de alegría, y quererte, sin querer, un poquito más.

Y me encantan también tus gafas anticuadas,que no ves necesidad ninguna renovar, y que a pesar de mis manos de trapo, me dejabas cuando no tenía  aún lentillas para acurrucarme a tu lado en el sofá.Me recuerdan, que cuando yo no puedo verlo todo claro, estás tú para ayudarme a  ver mucho mejor.

Otro día inconcreto, uno de esos en que me despierto en mitad de la noche, necesité buscar tu mano bajo la almohada, y sin ni siquiera desvelarte me correspondiste el gesto, pareciendo que en sueños querías también cuidarme.


¿Y cuándo sería que me enamoré de tu forma de cantar (destrozar) todas las canciones?, incapaz de entonar bien ninguna melodía .De tus bailes coreografiados al más puro estilo baile de fin de curso. De tus expresiones. De tu manera de pronunciar algunas palabras .Fresjkito. De tus “tú si quieres guapa”. Tus guiños de ojos. De tu forma de peinarte, o de hacer la maleta. Tareas que se tornan minuciosas y pausadas, y que combinas, en una mezcla adictiva de orden y manías, con desorden y dejadez al ser  también de los que esperan hacer las cosas en el último momento, y no le importa esté todo patas arriba. Lo poco que te gustan las pelis de terror, y las risa que tengo que disimular cuando por mi, accedes a ver alguna, sintiéndome fatal cuando compruebo, que de verdad sí que estás pasando un mal rato. O el ángulo recto perfecto de tu nariz hacia tu boca, perfil en el que no me importa perder la noción del tiempo cuando te observo hacer algo muy concentrado.Los "te quiero" inesperados, que parece se te escapasen casi sin querer, sin poder evitarlos.

Tampoco sé cual fué el día en que aprendí a leer en tu mirada, porque ella habla mucho más de lo que lo haces tú. O cuándo me di cuenta que esa apariencia fría y a veces distante escondía también a alguien que valora mucho más de lo que le gusta reconocer las muestras de cariño. A alguien capaz de pequeños y grandes detalles que no me pasan desapercibidos

No, no sé ni  cuándo ni cómo ocurrió, pero me gustan a rabiar todas esas cosas que son tan tuyas,y me gustan tanto, que ya no quiero otras que no sean esas, tanto, que ya no quiero que sea nadie, si no eres tú.





domingo, 6 de diciembre de 2015

Desde el país de Nunca Jamás



Al principio sería todo el tiempo en Francia. Un año por delante para afrontar lo que estuviera por  llegar desde una relativa cercanía a la seguridad de lo conocido. Después ya no sería todo el tiempo allí, mejor  estar unos meses en Singapur, sólo los primeros, hasta que acabara el año. Durante parte del 2016 aún podría disfrutar en mayor o menor medida de aquellas cosas para las que no me sentía del todo preparada para decir adiós, o hasta pronto. La promesa de una próxima feria,  de disfrutar de mi sobrino, de hacerme poco a poco a que la distancia fuera mi nueva realidad,  a  poder hablar cuando lo necesitase con los míos sin tener en cuenta la diferencia horaria. Así de forma paulatina, me acostumbraría a mi nueva vida. Era un cambio muy  importante para mí, y agradecía la oportunidad de que fuera de esa forma, como una aventura que poco a poco se abriría camino, sin  llegar a sentirlo como algo brusco o repentino.
Ahora es todo el tiempo aquí, en Singapur. No habrá Francia. No habrá cercanía. No habrá posibilidad de fines de semana en casa que me ayuden a acostumbrarme poco a poco a que mi vida está cambiando. Ha cambiado. No habrá feria este año tampoco, ni habrá bautizo. En apenas cuatro meses he tenido que asumir cambios con los que no contaba tan pronto, asumir renuncias para las que no estaba preparada aún. El año que viene me decía, aun podré disfrutar de esto, no te pongas triste ahora, que el año que viene no será todo tan distinto. Poco a poco.
Y no me importa reconocerlo, no aspiro al premio de mujer perfecta, tengo defectos,  soy humana, y sí,  muchas veces siento miedo. Lo cierto es que no siempre estamos preparados para sumir las cosas tal y como vienen. Encajamos los cambios y los golpes como van  viniendo, y a veces cuesta hacerlo con una actitud intachable de madurez. Esa madurez que muchas veces siento como una  losa, una losa autoimpuesta que me recuerda  que tengo que saber  encajar con éxito y sonrisas todos los cambios y  circunstancias que vengan, por mucho que me tambaleen. Esa obligación de estar a la altura de los acontecimientos me ejerce cada vez más presión.
 Me encantaría que fuera lícito cierta inmadurez. Quiero patalear, quiero ser incoherente e infantil. Poder gritar que no, que esto no iba a ser así, y que no estoy preparada aún, que necesitaba tiempo, un poco  más de tiempo solamente para decir adiós a la que era mi vida, y hacerlo a mi manera, no de esta forma, que aunque la  parte de mí que hace un llamamiento a la calma,  me recuerda que es lo mejor, lo más maduro, lo más razonable, lo mejor para MI futuro, y no sólo para el nuestro, me deja también ese sabor amargo en los labios de cuando las cosas no suceden como imaginabas, esa desazón que te invade por sorpresa cuando tienes que seguir  adelante sin el plan establecido  y  tienes que afrontar decisiones con las que no contabas (aún). Pero es que así es la vida.
El problema viene cuando la parte de mí que me invita a comportarme como la adulta que soy, que debe estar preparada para tomar decisiones difíciles, para asumir cambios y nuevas responsabilidades, que debe mirar hacia adelante y abrazar proyectos que la ilusionen por sí misma, y no por formar parte de un equipo de dos, se topa de frente con  la niña que también ronda a veces por mi interior, y a esa niña ¡vaya si se asusta con los cambios!, esa niña necesita que las cosas sucedan poco a poco, no soporta la incertidumbre y  necesita por encima de todo sentirse segura.  
Cuando yo era pequeña me preguntaron mis padres, junto a mis hermanas, que si quería tenía un hermanito pequeño, mi reacción no podía estar  más lejos de la ilusión, bajo ningún concepto cedería mi lugar en la casa, yo era la pequeña, cada uno teníamos su lugar  en la familia, y éramos felices así. ¿Para qué cambiar? Ser la pequeña era mi lugar y no estaba dispuesta a cederlo, al menos sin patalear. No fue mi enfado  la causa de que no se ampliara la familia, no, pero yo seguí siendo la pequeña de aquel hogar y jamás volvimos hablar de ello. Ahora recuerdo aquella conversación en familia, todos juntos en el dormitorio de mis padres, y la frustración que sentí en mi cabecita de niña al pensar que todo mi mundo cambiaría y ya no tendría mi sitio. Esa frustración  infantil es muy parecida a la que a veces siento. Pues por más que me pregunten mi opinión al respecto de los cambios que afectan a mi vida, a veces pareciera que he perdido el lugar que por derecho me correspondía, y esa niña, vuelve a querer patalear y se siente impotente al no entender por qué las cosas tienen que cambiar, ¡si ya estábamos bien!
Crecer y asumir responsabilidades. Que no daría yo por estar jugando con todos mis ponis en la antigua salita de mi casa, escuchando a mis abuelos  hablar con mi tata en el jardín, y a mi padre preparar la comida en la cocina, mientras mi madre se asoma donde yo juego para escandalizarse  con una sonrisa en los labios, por el desorden organizado ante el despliegue de juguetes. La seguridad de un niño de saber que todo es como tiene que ser y la certeza de que todo va a ir bien, que todo va a salir bien. Va a resultar que ahora soy yo la Peter Pan de la pareja, y me asusta más de lo que me imaginaba crecer.
Esa certeza de que las cosas van a salir bien porque sí, porque así es como tiene que ser,  esa seguridad que se tiende de niño, es un bien muy escaso en nuestra vida adulta. Por eso no puedo dejar de preguntarme ¿estaré haciendo lo correcto? ¿Merece todo esto la pena?.
Me da mucho miedo, mucho, mirar un día a mí NOpríncipe y descubrir que no. Convertirme sin querer en alguien que responsabiliza a otro de todas las cosas que no han salido como deseaba, ajena de responsabilidad en mis propias decisiones, y cárgalo a él con el peso de hacer que todo esto me compense. Miedos.
Y mientras los días pasan,  mientras libro batallas silenciosas  contra mis inseguridades y miedos, y  cada día que no tiro la toalla, día que me siento vencedora de dragones, mientras la soledad se empapa de esa falta de conversaciones con los que descubres son imprescindibles, recordándome que yo sola debo encontrar las respuestas, me repito como un tantra aquella frase que en su día  inclinó la balanza hacia vivir la aventura a su lado, y que escuché de labios de quien me quiere bien-
-SI arriésgate. Esa es siempre la respuesta..
Así pues, si hoy tuviera que levantar una copa de vino para hacer un brindis, o  pensar un deseo para soplar una vela de cumpleaños, mis palabras serían las de la adulta que soy, y mandaría al rincón del pensar a esa otra Beatriz que se resiste un poco más a abandonar el país de Nunca Jamás, y os diría con una sonrisa triunfal en los labios:
¡Que mis ilusiones sean siempre  más, y más  grandes que mis miedos!Y que esas ilusiones sigan  estando mañana también, junto a él, en él, sin miedos,a su lado.

sábado, 14 de noviembre de 2015

Donde habita el olvido.



Somos esclavos de nuestras palabras y dueños de nuestros silencios, me dijo siempre mi padre.
El jueves no publiqué, y dudo pueda obligarme hacerlo siempre en el mismo día de la semana, pues la necesidad de escribir y darle forma a ciertas emociones no entiende de horarios ni obligaciones, surge y nace de una forma que no comprendo del todo bien, y en algunas ocasiones me siento incapaz de teclear nada que tenga sentido. Y así estoy estos días. No me ubico, con una mezcla de sentimientos extraños a los que no les he encontrado nombre y  sólo me hacen escribir sinsentidos que  me dejan un sabor amargo en los labios. Y no quiero dejarme llevar por eso,  pues leyendo después  lo escrito estos días, debéis permitirme, que a pesar de este diario público donde me desahogo con vosotros, haya cosas demasiado íntimas que se queden sólo entre la pantalla del ordenador y yo.
No recuerdo cuando fue la primera vez que sentí decepción en mi vida, probamente sería de niña ante algún capricho no satisfecho, no recuerdo tampoco cual fue el momento en que fui consciente de que los buenos no ganan siempre, como en las películas  esas que tanto me gustan, pero probamente también sería aún muy niña,  pues  lo que si recuerdo perfectamente, es a aquella profesora de mi colegio que me llamaba “la defensora del pueblo” en un tono que entonces no comprendía y  que ahora sé, estaba cargado de una resignación que yo no concebía, recuerdo perfectamente ahora su expresión cuando me lo decía cada vez que yo protestaba con esa lengua inquieta que siempre he tenido, ante lo que me parecía injusto, y que tantas veces me valió una regañina, por meterme en asuntos que no iban directamente conmigo.
Hoy, tantos años después, en la mujer adulta que hay en mí, sigue viviendo esa niña que se revolvía y se sentía impotente, al no comprender ni llegar aceptar el porqué de tantas situaciones. Y no, no importa los años que hayan pasado, que resignarme ante esa cara fea de la vida y las personas me sigue costando mucho esfuerzo, y no aprendo la lección de mirar hacia otro lado.

Así que así estoy, que no encuentro nada  que contaros que no sea un batiburrillo de sentimientos confusos, y prefiero quedarme de momento y hasta darles forma sólo para mí los pensamientos que me rondan.

He escrito y borrado cientos de veces lo que  iba a publicar hoy durante esta semana, y al final me decanto por aceptar algo que  me jode bastante,  y es que no siempre sé,  ni tengo algo que decir.

Anoche tuve un sueño horrible, pero horrible de verdad, creo que ha sido la peor pesadilla que he tenido en mi vida, ni cuando de pequeñita soñé que toda mi familia acababa de ser convertida en  crueles vampiros, me desperté tan aterrorizada como anoche. Aun con el corazón acelerado, por el pánico tan intenso que me había invadido en el sueño, y para mi sorpresa, no sólo estaba llorando en el sueño, me caían lagrimones por  toda la cara húmeda. Una pesadilla digna de Stephen King. Y cuando intentaba volver a dormirme, se repetían las imágenes del sueño cada vez que cerraba los ojos. Busqué refugio en  mí no príncipe, intentando encontrar ese trocito de seguridad que siempre me había dado el huequito de su hombro, pero ni por esas conseguí se me pasara el  susto y la desazón tan grande que me había dejado la pesadilla, pesadilla a la que no pienso siquiera intentar buscar una interpretación. 

Al amanecer de esa noche tan inquietante, la primera noticia que tengo del mundo es la de los atentados terroristas de Paris. El mundo está loco. Y eso ya no sólo me da pena, sino que me da  miedo, miedo de que la realidad que nos rodea, es a veces mucho peor que nuestras peores pesadillas. Y así,  se suma a lo que ya se está cociendo a fuego lento en en mi interior, una vez más,  la impotencia. 
 
Así comienza el día, de malhumor, de un talante raro, crispado y susceptible... y termino de escribiros  tumbada al sol, intentando que la fotosíntesis saque de una vez a relucir a la Beatriz que no es taciturna, a la que se ilusiona por lo que está por llegar, a esa  que le gusta hacer una celebración de cualquier chorrada de la vida como excusa para sonreír y besar, esa que se empapa de cositas bonitas para alegrarse y poder alegrar también a los que están a su alrededor.  Intento recordarme que hay días malos y que esos también pasan para dar lugar a esos otros momentos que nos hacen sentir que las cosas buenas de la vida y de las personas son muchas más que las malas. Esos días en que nos creemos capaces de todo,simplemente, porque nos sentimos felices. Me recuerdo que esos días también existen y que no tardarán en volver hacerse presente. 
Pero a pesar de esa certeza, no  consigo que se me pase esta sensación que se hizo presente por primera vez el domingo pasado, cuando aun a costa de que mi no príncipe no me tome en serio y se ría cuando lo digo, le aseguré que tenía el presentimiento de que algo malo iba a pasar, y aunque él diga que no, ¡ya me gustaría a mi equivocarme!,  el presentimiento se tornó  realidad cuando llegó la madrugada del miércoles. Y desde ese momento ese cosquilleo al que yo llamo de forma teatrera  cual Lola Flores “ me lo dicen las entrañas” no me abandona, ese gusanillo que me dice que algo no va bien.

No sé si será el murmullo que  dejan las cosas que se escuchan durante una pelea, y que aunque sabes que están viciadas por el contexto de la situación, pululan sin tregua por mi subconsicente, o si quizás, lo que me pasa también, es que me estoy contagiando de las emociones que está sintiendo en este momento la protagonista del libro, siendo estos días  más Adriana que Beatriz, o puede que sea  la necesidad ya imperiosa de sentirme rodeada de mi gente que en estos días extraño aún más. El consejo de mi madre,la comida preparada con tanto amor de mi padre, la risa de mi sobrino, el abrazo de mis hermanas que me recuerdan que yo puedo con todo, o las risas con mis amigos que desempolven a la versión más divertida y extrovertida de mí, esa con la gente se ríe y se crece entre sus bromas, y que todo el cariño, compresión y apoyo deje de recaer en una sola persona. No lo sé,  una mezcla de todo probablemente, una semana rara que ya pasará, lo sé, pasará, pero de momento yo solo quiero dormir, dormir sin pesadillas, y no pensar. 


"Sonriendo lleno de gracia aérea mientras crece el tormento.

Allí donde termine este afán que exige un dueño a imagen suya,
Sometiendo a otra vida su vida,
Sin más horizonte que otros ojos frente a frente.
Donde penas y dichas no sean más que nombres,
Cielo y tierra nativos en torno de un recuerdo;
Donde al fin quede libre sin saberlo yo mismo,
Disuelto en niebla, ausencia,
Ausencia leve como carne de niño.
Allá, allá lejos;
Donde habite el olvido."
LUIS CERNUDA.