viernes, 30 de octubre de 2015

No sin mi iphone!




¿En qué ocupábamos antes el tiempo que ahora le dedicamos a nuestros teléfonos móviles?

Puede parecer un tema muy manido del que ya muchas críticas y fotos aclaratorias hemos visto, algo que sí, que parece que todos sabemos, pero que no cambia a pesar ello, como lo de seguir fumando sabiendo que es malo para salud.



Es la nueva droga de nuestro siglo, pero nos llega sin contranindicaciones, y aunque las tuviera, también las ignorariamos. Si nuestro teléfono viniese con una pegatina que nos avisara, por ejemplo, “este teléfono puede causar la perdida de momentos irrepetibles” le haríamos el mismo caso que a los mensajes de las autoridades sanitarias respecto a fumar. Así somos. De algo hay que morir ¿no?, nos diríamos.
Aun siendo conscientes de los triste que resulta a veces nuestra adicción, seguimos sumergidos en ella, haciendo caso omiso a todo lo que nos perdemos por su causa.


Los móviles y su tecnología nos han dado mucho, sí, nos han facilitado la vida con un solo clic.VERDAD. Todo lo que podemos necesitar lo tenemos ahora en forma de aplicación: consultar el banco, el tiempo, conocer gente nueva, leer un libro, preguntarle al gran oráculo google, o a su novia, Siri, cualquier duda, sobre cualquier tema, por enrevesado que sea, tenemos mapas para no perdernos y acceso a millones de personas con las que sin las redes sociales, quizás, no formarían parte de nuestra vida, y serían sólo una vaga pregunta cuando los recordáramos ¿Qué habrá sido de fulanito? .

Nos han dado mucho vale, pero con todas sus virtudes, ya no recordamos todo lo que nos han quitado.

Son ese beso de buenos días. Lo primero que hacemos al despertar es consultar el tlf, contestamos antes los mensajes de personas que no están a nuestro lado, que pararnos a disfrutar de lo bonito de amanecer con alguien. Nos han quitado las mañanas en la cama sin nada que hacer más que disfrutar de juegos de almohada, risas y olor a desayunos sin probar, o incluso sin hacer. Si viajamos ya no apreciamos el paisaje por la ventanilla, ni hablamos con más pasajeros que antes tantas historias escondían y a mi personalmente, me encantaba descubrir. Nos dan la compañía que antes buscábamos en las personas de carne y hueso, y si salimos a cenar ,o de copas, o de viaje, o a cualquier parte, es más importante atender a los que no están, que escuchar la pelea de tu amiga con su jefe,



hacerte una foto y colgarla para que vean lo bien que lo pasas, en lugar de pasarlo tan bien que no te acuerdes ni de sacar la cámara. Esas charlas con tu madre que te pregunta por tu día y se interesa por ti, mientras tú estás más interesado en saber que hicieron la noche anterior el resto de tus 415 amigos de Facebook, y  tan pendiente estás de eso, que no ves la mirada triste de ella, ni escuchas su última pregunta que se ha quedado flotando en el aire sin respuesta.
Quiero los desayunos en familia de toda mi vida, los que se alargaban los fines de semana y los acelerados de cuando marchábamos rumbo a los colegios o trabajos, pero con la cara llenita de besos, y de buenos propósitos para el día, y de vuelta a casa, tendríamos muchas cosas que contarnos, porque las cosas las hacíamos juntos, sin poner la tele, y sin imaginar que en unos años, un aparatito mucho más pequeño, sería mucho más invasivo.


Y ahora que estoy fuera viviendo tan lejos, tengo mucho que agradecerle a la tecnología 4g por supuesto, pues mi ausencia seria aún más dura sin la accesibilidad que me da ese aparatito, que si se pierde en mi maxibolso y tardo más de un segundo en tenerlo en mi mano, se me acelera el corazón y me entran sudores fríos bajo el grito de “ y mi movil, dónde está mi móvil???,

Está aquí, está aquí, que susto por Dios!



pero…¿existe alguna forma de poder dar un paso atrás, y que nos devuelva todo lo que teníamos antes de su llegada a nuestras vidas, sin tener que renunciar 100% a su uso?


Quiero conversar con alguien en una cena sin que sea al móvil al que le dirija más miradas que a mí, quiero perderme en la calle, y tener que preguntarle a alguien, a poder ser a ese viejecito del pueblo sentado en un banco como se llega , y reírme luego con mis compañeros de viaje ante el desconcierto de sus explicaciones y seguir igual de perdida, quiero que, esos pocos días a la semana que puedo no amanecer sola, de consultar el móvil no se acuerde nadie, quiero poder aburrirme sin cotillear la vida de los demás en una pantalla, y no sé, quizás dejar de aburrirme para disfrutar de algún placer olvidado, quiero no saber lo que se come en un restaurante por haberlo visto en suculentas fotos de Instagram que me incitan a tener hambre todo el día, y poder descubrirlo y sorprenderme yo solita sin tener en mi retina lo que comieron los demás.


Y yo, ahora que no tengo internet en la calle, y sólo me puedo conectar por wify en aquellos lugares, muchísimos ya, en lo que lo tienen gratis, observo, y me doy cuenta, que no hay nadie en ningún lugar, que no lleve la vista agachada hacia sus pantallas: en el metro, en los centros comerciales, en las cafeterías....

Pensamos que todo lo que podemos necesitar está en nuestra mano, y olvidamos que para no perdernos lo realmente importante de la vida, tenemos que levantar la vista, y mirar más a nuestro alrededor.

Quiero que mi vida sea como esa primera cita, en la que no sacas el teléfono pues no quieres resultar maleducado y que pueda parecer que no muestras interés...



Que esa certeza de saber que no estaría bien visto sacarlo, y que si lo hacemos, lo mismo jodemos la cita, me acompañara todos los días, y puesto a pedir,  que fuera lo normal también en las relaciones que tienen muy atrás en el tiempo sus primeras citas. Quizás si fuera así, no veriamos tantas relaciones que no duran, tantas personas que se distancian aun estando muy juntas, y no afirmaríamos eso de, “es que las relaciones han cambiado tanto”.


Apagar el móvil, bailar juntos en la cocina mientras se prepara la cena, con o sin música, que haya cosquillas, risas, palabras que se susurran,  besos apasionados que no os lleven a la cama, pero os dejen pensando todo el día en que llegue ese momento, preguntar más y sobre todo, escuchar más. Saca una copa de vino, y pregunatle que ha sido lo mejor de su día. Que parezca viernes, y que los lunes sean menos lunes.

Sí, quiero todo eso, y que no sea un imposible, y si lo es… pues no sé, supongo que sólo tengo que esperar a que saquen una aplicación que te dé los besos que te faltan, y que te devuelva la mirada legañosa un domingo a deshora en una cama revuelta, una mirada que sonríe y pregunta si has descansado como invitación a pasar el resto de la mañana, (o del día) en horizontal


miércoles, 21 de octubre de 2015

Sigue el camino de baldosas amarillas



La distancia.


En la distancia todo toma otra forma, otro sentido, todo se vive con una sensación distinta, diría que quizás la palabra que mejor lo describe es, intensa.


Echas más de menos, incluso extrañas cosas que antes no parecía tuviesen importancia. Comidas, lugares, costumbres, expresiones, incluso llegas a echar de menos cosas que antes echabas de más.


En la distancia.


Esperas que tu hueco se note, y que te hagan saber que se nota. Quieres que lleven la cuenta contigo de los días que faltan para volver a verte. Y como sucede con las relaciones fallidas, en la distancia, todo parece más bonito, y cuesta trabajo recordar lo que te llegaba también a sacar de quicio, se idealiza todo lo que atrás se queda.


Ser un expatriado en toda la amplitud de su palabra,no es fácil. Ganas y pierdes cosas. Y buscar el equilibrio entre lo que pierdes y lo que ganas para ser feliz, es una ecuación que no todos los días eres capaz de formular.


La familia y los amigos siguen con su vida, y sobrellevan tu ausencia con lo conocido de su rutina. Piensan en ti para esa charla, esa comida, ese café,esa copa, o esa tarde en casa compartiendo sofá, pero tu no estás. Tú has decidido marcharte en pro de algo que ellos no terminan de entender. Tú que has sido denominador común en tantas rutinas y placeres conjuntos, has antepuesto una vida distinta a la que ellos esperaban de ti, al confort de lo conocido y a su compañia, pero aun sin comprenderte del todo, desean con mucha fuerza que seas muy muy feliz, y que merezca la pena.


Todo se magnifica si, a veces cuesta trabajo relativizar lo que debe o no debe molestarte. Pero cuando estas tan unida a ciertas personas ¿como no dolerte que tu ausencia no se note?. Y si, seguro que se nota, pero es que la vida sigue, y tiene que seguir sin ti. Aunque tu quieres egoístamente que no siga exactamente igual. Y descubres que buscar la manera de hacerte participar, es harto complicada.


Por eso te esfuerzas en recordarte lo que de verdad importa. Los amigos de verdad, "tu gente", esas personas estarán ahí siempre,pase lo que pase y estés donde estés, que no debe importar la frecuencia con la que habléis,ni las veces que os veáis, que eso no mide el vínculo que os une, sino la certeza de saber, que siempre podrás contar con ellos, y ellos contigo.


Los besos que ahora no tienes. Las miradas que ahora te faltan y las risas cómplices que suenan a alegría, no tienen fecha de caducidad cuando te marchas lejos.


Yo no sabia que esta faceta de mi vida, me sentiría como una versión moderna de Dorothy, en El Mago de Oz.


Estoy recorriendo mi propio camino de baldosas amarillas, y me conduzca o no a Oz, en recorrerlo con los zapatos de la bruja buena del Este está la clave, sin olvidar, que al final de la película, para conseguir despertar de su sueño, Dorothy sólo tenia que pronunciar y repetir, con los ojos cerrados, una única frase.

jueves, 15 de octubre de 2015

Todos somos la canción de alguien.


Estando de buen humor las cosas siempre se ven de otra manera. Todo lo malo molesta un poquito menos, y lo bueno lo sentimos doblemente bueno. Sonríes a todo el que se cruza contigo por la calle, tarareas musiquilla, te ves más guapa, estas inspirada y todo parece posible. Sentirse así tiene mucho que ver con nuestra actitud claro, ¡pero puede verse condicionada por tantas cosas! Si nos detenemos un segundo, comprobamos que a veces son cosas muy sencillas las que necesitamos para abrazar el día con nuestro mejor talante. A mí,  que brille el sol, estrenar algo de ropa, un whatssap con unas palabras bonitas, el chocolate, el…por decirlo de la forma más sutil que se me ocurre, el que me besen de arriba abajo y de lado a lado regalándome mucho gustito, un baño con musiquita, una copa de vino, un video absurdo de internet de gente que se asusta, las alitas de pollo, sentarme té en mano en Starbucks, ver un capítulo de mi serie favorita, ir al cine con palomitas gigantes, arreglarme y ponerme guapa como si de nuestra primera cita se tratara para la cita de la que ya perdí la cuenta con él…son un buen ejemplo de esas cosillas que  me sirven para procurar ser un poquito más feliz alegrándome el día. Y si se da tooodo eso en el mismo día, pues entonces ya…¡ que alegría, que alboroto!


Además de todo eso, una de las cosas más poderosas que conozco capaz de cambiarnos el ánimo es, la música. Podemos torturarnos con canciones que nos hagan más daño en esos días de bajón o  animarnos y comernos el mundo mientras nos arreglamos para salir.
La música como banda sonora de nuestra vida. Nos acompaña en muchos momentos, y nos recordará siempre momentos vividos. Nos conecta con personas, con sensaciones, y nos traen un poquito de lo que sea que asociemos a esa canción: alegría, amor, fiesta, desamor, juventud, amistad, primeras veces…Pude comprobar ese poder musical una vez más ayer, mientras continuaba con  mi intento de seguir demostrándome a mi misma que correr no es cobardes. Tras 40 minutos de marcha, necesité hacer una parada en el camino, a riesgo de escupir el pulmón, mientras luchaba contra la idea de volverme a casa en taxi. No es casualidad salir a correr sin dinero no. Bien visto, con premeditación y alevosía. Ole yo.

Me paré en mitad del recorrido a escribiros bajo el efecto del subidón de las sensaciones que me estaban trayendo  tantas canciones escuchadas durante el trayecto. Se repetían en mi memoria tantos momentos y con ellos, inmensas sonrisas. Momentos de todos. Me senté, por no decir mejor que me tiré en el césped mientras resonaba aun en mis auriculares “La Gozadera” trasportándome  de nuevo a Portugal, al son de "si eres latino saca tu bandera" rodeada de chupitos y de gran parte de mini pandi que tan fuerte pisan. Y me acuerdo de las miradas cómplices de Elena y Cristina, del cuerpo de Maria pintorrequeado entero con números de teléfonos, de esa camarera que se había propuesto volviéramos rodando a casa, de nuestros bailes como si en la pista no hubiera nadie más, de mi clases improvisadas  de inglés y de Apolo! ¡¡¡Ayyyy Apolo!!! Cuando el calor de correr se mezcla con el de las islas griegas es mejor sentarse a recuperar el aire antes de seguir, sí. 

¡¡Que ganas inmensas de salir a bailar con vosotros!!Que ganitas de emocionarme con esa alegría adolescente ante el sonido de “esa” canción que nos une  a todos en un gritito. Y bailar también otra vez "Echa paya" con mi peke, que siempre que suena y ante el subidón del recuerdo de su alegría y coreografía, soy capaz de correr toda la canción sin parar, ¡y que canción más larga joe!. Y reanudo la marcha, y suena “El taxi”y me rio ante el desconcierto de los demás corredores masoquistas, pensando en las coreografías de mi NOprincipe, y me veo a mi misma mirándolo mientras la baila, con esa expresión mezcla de  ¡que corte por favor! Y ¡ muero de amor!. Y no me abandona esa sonrisa de enamorada en el resto del trayecto cuando siguen sonando rayos de sol, Bailando, o loca de Shakira, donde nos recuerdo a los dos bailando, como si la fiesta no hubiera empezado muchas horas atrás.


Y llego a casa y llego exahusta, pero feliz. Tras un fin de semana en uno de los lugares más bonitos del mundo, Ko phi phi en Tailandia, donde hemos tenido un poquito de todo, pero sobre todo hemos tenido mucho de lo bueno, sintiendo todo el empalago de las lunas de miel, con desayunos espectaculares en la habitación mirando y escuchando el mar…Os confesare aquí, en confianza, que era una de esas fantasías mías de mi parte más novelera que deseaba vivir, ¡Desayuno en la habitación! En este caso era superchoza, y fue muy genial.

Tras estrenar la treintena así, entre sol, playa, piscinas infinitas, arrumacos, baños, dedicándonos atenciones que estaban cogiendo polvo entre estas cuatro paredes llenas de rutinas y que tanta falta me hacían, con charlas intrascendentes y absurdas, y también trascedentes y que te dan mucho que pensar… He vuelto con fuerzas renovadas, dispuesta a seguir sacándole a todos los días mi mejor sonrisa, y cuando se nublen los días, que se nublaran, recordarme que a veces, hay gestos muy sencillos al alcance de mi mano que pueden hacer cambiar las tornas.
Y sonreir es gratis!
 
Y me despido por hoy, con una de mis frases favoritas de John Lennon, que nació el mismo día que yo, y del que habría sido su 75 cumpleaños este pasado 9 de Octubre.

“Todo va a estar bien al final. Si no está bien, entonces no es el final”.