Ya os he contado en alguna ocasión cuales son todas esas
pequeñas cosillas que me encantan, que alegran mis días y me ponen el corazón
contento. Pequeños placeres que me hacen ser como soy y disfrutar a tope como
si de grandes cosas se tratara. Cositas que hacen mi mundo mejor por muy
sencillas que sean. Las tazas, un chai te latte en Starbucks, ver series en
modo droga, ir al cine, cantar Hakunamata mientras me ducho, las alitas de pollo,
ir a perfumerías y tiendas de maquillaje y mirar con detenimiento todos los productos
soñando con comprarlos… y así hasta una lista que casi no tiene fin. Esa es la
lista de la Beatriz “que hornea pastelitos”, pero estos días de catarro, de
estar en casa encerradita cual monje cartujo, de ser una cascarrabias por la
falta de sueño, los mocos y la tos me han hecho ser consiente también de que
hay una gran lista de millones de pequeñas cosas que no soporto. La lista de la
Beatriz Madrasta de Blancanieves. Y esa aparece cuando…
No soporto el ruido de un teléfono sonando y que nadie
conteste, con cada timbrazo una vocecilla en mi cabeza “matar, matar, matar”.
Saca lo peor de mí, bajo una sonrisilla diabólica de contención, la gente que
necesita dar golpecitos en tu hombro o en tu pierna mientras te habla, y que además te habla sin parar y sin escuchar "¿por qué me toca oiga?"
Los pelos enconados,
conseguir que se asomen al mundo se convierte en la misión de mi vida, en mi
mayor logro aunque con ello Jack el destripador admirase la carnicería que me
he autoinfligido. Que el turrón de chocolate engorde… simplemente ¿por qué
señor por qué? Que pongan zapatos súper rebajados de números sueltos y que
todos sean para las hermanastras de la Cenicienta. La frase “no me queda nada
del 37” es casi igual de frustrante que “solo nos queda la talla S y XS” en
rebajas. ¿Por qué he creído que ir de compras sería divertido? Errooor. Hay un
mundo donde mujeres súper delgadas de pies grandes son inmensamente felices. La
gente que de todo sabe y de nada entiende. Los “y yo más”, No, tú más nada, estoy
hablando de mí hombre ya!
La mayonesa y que en España se lo queramos poner a
todo. Los pies. Que haya gente a mí alrededor cuando me estoy arreglando. Los “¿hola?
Oyeee, estas viva?” y demás variedades de la gente que se ansia cuando no
puedes contestar a un whatssap. Que me despierten si estoy plácidamente dormida.
Que me digan lo que tengo que hacer sin escuchar lo que yo quiero hacer. Que a
la ropa le salgan pelotillas. Que se me caiga el pelo y atasque la ducha.
Gracias al no-príncipe que me libra de esa tarea que odio. Odio-odio, asco-asco.
Salir de casa con la cama sin hacer. Que el eyeliner no me salga igual en ambos
ojos. La envidia. Los tíos pesados que no aceptan no estés interesada y al
final se vuelven bordes ante el rechazo. Pocas sensaciones más incomoda conozco
que el que se te meta la braguita por el culete al andar y que el zapato se
coma uno de tus calcetines a cada paso. Ponerme medias. Que se me caigan los
polvos de maquillaje y se rompan. Que en los tutoriales de YouTube todo parezca
fácil. Que le pongan nata a la tarta. Que se ponga a llover justo cuando tengo
que salir… La gente que no tiene una teoría rocambolesca para el final de Lost
y las que me miran raro cuando manifiesto mi entusiasmo y admiración con Cuarto
milenio.
Y de momento paro aquí que se me va de las manos el modo me
enfado y no respiro.
Posdata: Añado a mi listas de Cosas que me hacen feliz la
frase “Claro que sí guapi”, y el rap de Resines en la gala de los Goya