Si la vida fuera una película me gustaría
que la mía fuese como una de los años dorados de Hollywood,con los créditos al
principio y no al final bajo una música de piano con un
fundido en blanco en negro que nos descubriese, intrigados, la primera escena.
Con galanes en traje de chaqueta y grandes divas que fuman en largas boquillas
con un glamour que solo le pertenece al cine, capaces de hacer del gesto de
quitarse un guante un símbolo de erotismo y sensualidad. Con alguna escena
clave que requiera, sí o sí, de bajar con elegancia y lentitud por una
majestuosa escalera. Con un Paul Newman escayolado y atormentado tras los ojos
de gata de Elisabeth Taylor. Con Audreys Hepbuns en moto dejando atrás la
inocencia de su juventud, con Humphrey Bogart en gabardina despidiendo
melancólico un avión antes de beber un escocés junto a un cómplice Sam. Con
Betty Davis en el papel de mala malísima y con Hitchcock haciendo un cameo
entre escenas con pájaros y gritos en la ducha.... Si la vida fuese una
película pondría el the end justo cuando ellos descubren que no pueden estar
separados ni un minuto más, estaría lloviendo y el beso final los sorprendería,
empapados, en medio de alguna calle
de Manhattan.
Pero la vida real no nos da la opción del
"corten" para repetir la toma hasta que salga perfecta, la vida no
nos da la oportunidad de repetir momentos si los dejamos pasar, no nos da la
oportunidad de estar perfectas con el maquillaje y vestuario adecuado para cada
ocasión, porque en la vida real no deberíamos aspirar a ser siempre perfectas.
En la vida real tampoco contamos con la ayuda de un guion que nos de justo la
frase que deseamos para cada ocasión. La vida es un acto puro de improvisación
constante, donde no vale imaginar “tendría que haberle dicho, tendría que haber
hecho”, porque ni siquiera para aquellas
ocasiones en que preparamos hasta el mínimo detalle tenemos la garantía de que
las cosas vayan a suceder como las habíamos planeado.
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Hay que estar preparado para valorar
aquellos momentos que marcan la diferencia sin preocuparnos en exceso por lo
que esté por llegar, porque el momento pasará y siempre lo recordaremos por lo
que en realidad fue y no por lo que pudo haber sido “si...” y nadie, nadie
tiene la garantía de saber qué va a suceder mañana
Así que si solo tenemos el ahora, el
instante, yo digo que hay que hacer todo lo que esté a nuestro alcance para que
cada día cuente, por pequeño que sea el gesto que haga que ese día marque la
diferencia y siempre sea uno más y nunca un día menos.
Y si os digo todo esto es porque hoy me he
dado cuenta entre fantasía y fantasía, de las muchas cosas que me gustaría
hacer y sueño con que algún día pueden llegar a suceder... que estaba dejando,
de nuevo, de valorar el ahora por ese incierto mañana y no es algo en lo que
quiera volver a caer. Por supuesto hay que tener planes, ilusiones y sueños por
cumplir pero en mi balanza vuelvo a poner todo el peso de hacer lo que esté en
mi mano por ser feliz hoy, deseo jugármelo todo al “ahora” y procurando ser tan
feliz como para que si nada de eso que
me gustaría que algún día llegase a ocurrir sucediera, igualmente merezca la
pena esto que en realidad es vivir.
Asi que... carpe diem y qué me quiten lo
bailao!
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