¿En qué ocupábamos antes el tiempo que ahora le dedicamos a nuestros teléfonos móviles?
Puede parecer un tema muy manido del que ya muchas críticas y fotos aclaratorias hemos visto, algo que sí, que parece que todos sabemos, pero que no cambia a pesar ello, como lo de seguir fumando sabiendo que es malo para salud.
Es la nueva droga de nuestro siglo, pero nos llega sin contranindicaciones, y aunque las tuviera, también las ignorariamos. Si nuestro teléfono viniese con una pegatina que nos avisara, por ejemplo, “este teléfono puede causar la perdida de momentos irrepetibles” le haríamos el mismo caso que a los mensajes de las autoridades sanitarias respecto a fumar. Así somos. De algo hay que morir ¿no?, nos diríamos.
Aun siendo conscientes de los triste que resulta a veces nuestra adicción, seguimos sumergidos en ella, haciendo caso omiso a todo lo que nos perdemos por su causa.
Nos han dado mucho vale, pero con todas sus virtudes, ya no recordamos todo lo que nos han quitado.
Son ese beso de buenos días. Lo primero que hacemos al despertar es consultar el tlf, contestamos antes los mensajes de personas que no están a nuestro lado, que pararnos a disfrutar de lo bonito de amanecer con alguien. Nos han quitado las mañanas en la cama sin nada que hacer más que disfrutar de juegos de almohada, risas y olor a desayunos sin probar, o incluso sin hacer. Si viajamos ya no apreciamos el paisaje por la ventanilla, ni hablamos con más pasajeros que antes tantas historias escondían y a mi personalmente, me encantaba descubrir. Nos dan la compañía que antes buscábamos en las personas de carne y hueso, y si salimos a cenar ,o de copas, o de viaje, o a cualquier parte, es más importante atender a los que no están, que escuchar la pelea de tu amiga con su jefe,
hacerte una foto y colgarla para que vean lo bien que lo pasas, en lugar de pasarlo tan bien que no te acuerdes ni de sacar la cámara. Esas charlas con tu madre que te pregunta por tu día y se interesa por ti, mientras tú estás más interesado en saber que hicieron la noche anterior el resto de tus 415 amigos de Facebook, y tan pendiente estás de eso, que no ves la mirada triste de ella, ni escuchas su última pregunta que se ha quedado flotando en el aire sin respuesta.
Quiero los desayunos en familia de toda mi vida, los que se alargaban los fines de semana y los acelerados de cuando marchábamos rumbo a los colegios o trabajos, pero con la cara llenita de besos, y de buenos propósitos para el día, y de vuelta a casa, tendríamos muchas cosas que contarnos, porque las cosas las hacíamos juntos, sin poner la tele, y sin imaginar que en unos años, un aparatito mucho más pequeño, sería mucho más invasivo.
Y ahora que estoy fuera viviendo tan lejos, tengo mucho que agradecerle a la tecnología 4g por supuesto, pues mi ausencia seria aún más dura sin la accesibilidad que me da ese aparatito, que si se pierde en mi maxibolso y tardo más de un segundo en tenerlo en mi mano, se me acelera el corazón y me entran sudores fríos bajo el grito de “ y mi movil, dónde está mi móvil???,
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Está aquí, está aquí, que susto por Dios! |
pero…¿existe alguna forma de poder dar un paso atrás, y que nos devuelva todo lo que teníamos antes de su llegada a nuestras vidas, sin tener que renunciar 100% a su uso?
Quiero conversar con alguien en una cena sin que sea al móvil al que le dirija más miradas que a mí, quiero perderme en la calle, y tener que preguntarle a alguien, a poder ser a ese viejecito del pueblo sentado en un banco como se llega , y reírme luego con mis compañeros de viaje ante el desconcierto de sus explicaciones y seguir igual de perdida, quiero que, esos pocos días a la semana que puedo no amanecer sola, de consultar el móvil no se acuerde nadie, quiero poder aburrirme sin cotillear la vida de los demás en una pantalla, y no sé, quizás dejar de aburrirme para disfrutar de algún placer olvidado, quiero no saber lo que se come en un restaurante por haberlo visto en suculentas fotos de Instagram que me incitan a tener hambre todo el día, y poder descubrirlo y sorprenderme yo solita sin tener en mi retina lo que comieron los demás.
Y yo, ahora que no tengo internet en la calle, y sólo me puedo conectar por wify en aquellos lugares, muchísimos ya, en lo que lo tienen gratis, observo, y me doy cuenta, que no hay nadie en ningún lugar, que no lleve la vista agachada hacia sus pantallas: en el metro, en los centros comerciales, en las cafeterías....
Pensamos que todo lo que podemos necesitar está en nuestra mano, y olvidamos que para no perdernos lo realmente importante de la vida, tenemos que levantar la vista, y mirar más a nuestro alrededor.
Quiero que mi vida sea como esa primera cita, en la que no sacas el teléfono pues no quieres resultar maleducado y que pueda parecer que no muestras interés...
Que esa certeza de saber que no estaría bien visto sacarlo, y que si lo hacemos, lo mismo jodemos la cita, me acompañara todos los días, y puesto a pedir, que fuera lo normal también en las relaciones que tienen muy atrás en el tiempo sus primeras citas. Quizás si fuera así, no veriamos tantas relaciones que no duran, tantas personas que se distancian aun estando muy juntas, y no afirmaríamos eso de, “es que las relaciones han cambiado tanto”.
Apagar el móvil, bailar juntos en la cocina mientras se prepara la cena, con o sin música, que haya cosquillas, risas, palabras que se susurran, besos apasionados que no os lleven a la cama, pero os dejen pensando todo el día en que llegue ese momento, preguntar más y sobre todo, escuchar más. Saca una copa de vino, y pregunatle que ha sido lo mejor de su día. Que parezca viernes, y que los lunes sean menos lunes.
Sí, quiero todo eso, y que no sea un imposible, y si lo es… pues no sé, supongo que sólo tengo que esperar a que saquen una aplicación que te dé los besos que te faltan, y que te devuelva la mirada legañosa un domingo a deshora en una cama revuelta, una mirada que sonríe y pregunta si has descansado como invitación a pasar el resto de la mañana, (o del día) en horizontal