Llegaba tarde, sólo cinco minutos, corría, asustado, pensando
que ya no la encontraría.
"Te esperaré hasta las tres” le había dicho ella. Abrió la
puerta de su casa acelerado y sudoroso, con la esperanza de que esos cinco
minutos no le hubiesen robado la ocasión de verla una vez más.
A ella nunca le habían gustado las despedidas, tampoco la impuntualidad. Sin
necesidad de mirar en el resto de habitaciones de la casa, él sabía que estaba solo. Ella se había marchado.
Anduvo sin rumbo por cada rincón de su inmensa casa, aún más
grande ahora que ella no ocupaba con su risa escandalosa, con sus zapatos, con su mirada confiada,
con sus cremas, con su lunar en el cuello, con sus libros, con su movimiento de
cejas cuando se sorprendía, con sus velas, con el tono de su voz, con sus
cuadros, con su holluelo en la mejilla, con su ropa desordenada, con sus besos…cada rincón de la
casa. Estaba vacía. Estaba solo. Sólo encontró rastro de su presencia allí, en aquel
ramillete de no me olvides azules que él regaló la primera noche que salieron a
cenar. Ella las había secado,"para que siempre nos acompañen, además del
recuerdo", dijo feliz el día que las colocó en aquel jarroncito
Lleno de rabia tiró el jarrón con los no me olvides contra
el suelo, rompiéndolo en mil pedazos como
ahora estaba todo. Desde hoy tendría que vivir con las consecuencias de su cobardía.
Quedaban diez minutos para dar las tres. Le había dicho que
no lo esperaría pasada esa hora. Quizás podía llegar a tiempo, quizás pudieran
verse una vez más , despedirse y abrazarse, quizás… quizás podía aparecer y
decir algo más, hacer algo más que lo cambiara todo. Miró los no me olvides, sonrió
mientras una lágrima caía por su mejilla, sólo una, la última que le
quedaba.
Eran aún menos diez, podía llegar sí, podía cambiarlo todo.
Cerró la puerta, dejó la llevo dentro, y acarició el pomo como si de la mano de
él se tratara susurrando un adiós. Aun
eran menos diez... Pero podía llegar y cambiarlo todo. Se marchó sin mirar atrás.
Cinco años después había vuelto a la ciudad que un día les perteneció,
pero ya no lo veía a él en cada esquina, ya no eran suyos todos los momentos
que habían compartido, eran parte de otra vida, de una muy lejana que ya no le
dolía. El mundo no se paró porque ella estuviese sufriendo, obligándola así, a no pararse ella tampoco.
Aquella mañana pensó en él, en si sabría que habría vuelto a
la ciudad y en si recordaría que hoy era su cumpleaños. Salió a las 9 de casa
como todos los días, le bajaba un
bollito caliente al portero como todos los días, dispuesta a que le informase de
los titulares del mundo, en esos cinco minutos que compartían juntos todas las
mañanas.
-Hoy tengo yo
algo para ti también, lo ha dejado esta mañana temprano un joven muy simpático,
que no ha querido que te avisase.
Era un ramillete fresco de no me olvides, con una pequeña
tarjeta donde sólo ponía
“no te olvido”
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